Amor y dignidad
Entre Cumarebo y Maicillal, ambos poblados del Estado Falcón hay un lugar denominado La Isla. En diferentes viajes por la zona estuve tentado por detenerme ante una modesta vivienda en la cual exhibían algunas artesanías típicas de la región. Al fin, con un poco de tiempo disponible lo hice. Sencillas cestas realizadas en fibras de mazorcas de maíz y palma de coco eran el grueso de la exhibición. Algunas muñecas de trapo, cajas de madera y una que otra planta completaban el inventario. La atención del negocio estaba en manos de la señora Lourdes de Mundaraín. Extrema fue su amabilidad y decencia. Esa amabilidad rayana en la timidez propia de nuestra gente del campo y la decencia nacida de una educación basada en acendrados principio morales, sin incurrir en nuestro actual materialismo.
Entablé conversación con la señora Lourdes. Ella y su fallecido esposo son oriundos de la región y tras casarse se establecieron en ese lugar. A principios de la década de los años cincuenta fueron visitados por un comerciante que buscaba tejedores para que le fabricaran cestas. Modesto, que así era el nombre del esposo de Lourdes se comprometió a realizar el trabajo. Tras marcharse el comerciante, Lourdes quiso saber como Modesto cumpliría el compromiso. No sabía nada de tejidos. Era solamente un muchacho agricultor, no un muchacho artesano. Sonreiría Modesto y en contraposición a su apelativo aseguraría con orgullo que cumpliría su palabra. Pacientemente destejió y retejió la cesta modelo que su visitante le había dejado. Al fin, triunfante, mostró a Lourdes su logro: una cesta idéntica a la solicitada. No le bastó a Modesto su capacidad para hacer la cesta. Se dedicó con esmero a enseñar el arte a las mujeres de la zona e hizo que tal labor se convirtiese en un modo de vida para muchos de sus vecinos. Modesto murió. Lourdes le sobrevive y cuando habla de él hay emoción en sus palabras. “ Mi marido era un hombre muy inteligente”. Es la frase que expresa su profundo amor e intensa admiración.. . .
He decidido titular “Amor y Dignidad” esta pequeña historia porque aún cuando esos valores deberían ser el denominador común del ser humano, cada día pasan más al olvido. La pareja se une y ante cualquier dificultad se desune. Antes de casarse ya anuncia que si le sale mal, se divorcia. Priva mucho aquel viejo refràn “amor con hambre no dura” y cada día es menor la admiración entre los miembros de la pareja por los logros, superaciones o triunfos, pequeños o grandes que cada uno de ellos obtiene. Son innecesarias las alabanzas. Las palabras son fáciles de decir y bastan “mi marido era un hombre inteligente”. Muchas veces sobran. Difíciles son los hechos y los comportamientos en los cuales nos es difícil verter lo vacío de nuestras frases. Y dignidad; ¿dónde está la dignidad de lo narrado?. No es difícil de encontrar. Lo que ocurre es que ya nos estamos acostumbrando a ser menos dignos. Lourdes vive decentemente. Sin lujos pero repito, decentemente. Su casa limpia y ordenada. Junto a Modesto vivió de su trabajo sin mendigar de sus iguales y mucho menos del gobierno. Solo así un país puede crecer. Con ciudadanos dignos. Con ciudadanos que con sus propias virtudes han logrado lo que tienen. No recibiendo limosnas que le permitan lograr lo que su incompetencia o su molicie han impedido. Sea este un elogio al venezolano que hace gala de su integridad y no se suma a los que pregonan “no me den; pónganme donde hay” y que exigen al gobierno de turno satisfacerle sus caprichosos deseos. Con venezolanos como Modesto y Lourdes Mundaraín se podría llevar adelante cualquier país.
El artículo anterior fue publicado en Noviembre de 1999 en la revista CANDELARIA
José Hermoso Sierra
jhermoso@cantv.nte
Entablé conversación con la señora Lourdes. Ella y su fallecido esposo son oriundos de la región y tras casarse se establecieron en ese lugar. A principios de la década de los años cincuenta fueron visitados por un comerciante que buscaba tejedores para que le fabricaran cestas. Modesto, que así era el nombre del esposo de Lourdes se comprometió a realizar el trabajo. Tras marcharse el comerciante, Lourdes quiso saber como Modesto cumpliría el compromiso. No sabía nada de tejidos. Era solamente un muchacho agricultor, no un muchacho artesano. Sonreiría Modesto y en contraposición a su apelativo aseguraría con orgullo que cumpliría su palabra. Pacientemente destejió y retejió la cesta modelo que su visitante le había dejado. Al fin, triunfante, mostró a Lourdes su logro: una cesta idéntica a la solicitada. No le bastó a Modesto su capacidad para hacer la cesta. Se dedicó con esmero a enseñar el arte a las mujeres de la zona e hizo que tal labor se convirtiese en un modo de vida para muchos de sus vecinos. Modesto murió. Lourdes le sobrevive y cuando habla de él hay emoción en sus palabras. “ Mi marido era un hombre muy inteligente”. Es la frase que expresa su profundo amor e intensa admiración.. . .
He decidido titular “Amor y Dignidad” esta pequeña historia porque aún cuando esos valores deberían ser el denominador común del ser humano, cada día pasan más al olvido. La pareja se une y ante cualquier dificultad se desune. Antes de casarse ya anuncia que si le sale mal, se divorcia. Priva mucho aquel viejo refràn “amor con hambre no dura” y cada día es menor la admiración entre los miembros de la pareja por los logros, superaciones o triunfos, pequeños o grandes que cada uno de ellos obtiene. Son innecesarias las alabanzas. Las palabras son fáciles de decir y bastan “mi marido era un hombre inteligente”. Muchas veces sobran. Difíciles son los hechos y los comportamientos en los cuales nos es difícil verter lo vacío de nuestras frases. Y dignidad; ¿dónde está la dignidad de lo narrado?. No es difícil de encontrar. Lo que ocurre es que ya nos estamos acostumbrando a ser menos dignos. Lourdes vive decentemente. Sin lujos pero repito, decentemente. Su casa limpia y ordenada. Junto a Modesto vivió de su trabajo sin mendigar de sus iguales y mucho menos del gobierno. Solo así un país puede crecer. Con ciudadanos dignos. Con ciudadanos que con sus propias virtudes han logrado lo que tienen. No recibiendo limosnas que le permitan lograr lo que su incompetencia o su molicie han impedido. Sea este un elogio al venezolano que hace gala de su integridad y no se suma a los que pregonan “no me den; pónganme donde hay” y que exigen al gobierno de turno satisfacerle sus caprichosos deseos. Con venezolanos como Modesto y Lourdes Mundaraín se podría llevar adelante cualquier país.
El artículo anterior fue publicado en Noviembre de 1999 en la revista CANDELARIA
José Hermoso Sierra
jhermoso@cantv.nte
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