JOSE HERMOSO SIERRA OPINA

Irreverente agnóstico, iconoclasta

Nombre: josejhermososierra
Ubicación: Venezuela

jueves, agosto 10, 2006

Oficios en extinción

En días pasados se conmemoraron treinta años de la llegada del hombre a la luna. Tal hazaña fue el cenit de una nueva profesión: Astronauta. Tal circunstancia me hizo meditar sobre la gran cantidad de nuevos oficios y profesiones que han surgido, la mayor parte de ellos producto del avance tecnológico. Los conocimientos que giran en torno a la informática -hardware o software – son meta anhelada por muchos estudiantes. En planos más humildes tenemos junto a cada teléfono público un “alquilador de tarjetas” que permite comunicarse a quien no dispone del dinero necesario para comprarla. Arrendadores de lavadoras, instaladores de alarmas antirrobo y en fin un sinnúmero de artes y oficios largos de enumerar. Pero el avance tecnológico ha traído la desaparición de otros oficios y profesiones. Y vamos de recuerdo...
En cualquier calle de pueblo o ciudad era común encontrar a los parihueleros, personajes que en muchos casos equivalían al caletero de hoy y cuyo oficio era transportar en una especie de camilla, mercancía y muebles. Fueron factores básicos en las mudanzas y dentro de la ciudad era versátil y múltiple su uso. Originaron la picaresca frase “como gelatina en parihuela” referido a las damas con excesivas posaderas, temblorosas cuando sus poseedoras caminaban. Tampoco hay hoy día el “soldador”. Con un pregón anunciaba su capacidad para reparar ollas de peltre despostilladas y rotas por el uso que ameritaban reparación. Un pedacito de latón, un soplete, un cautín y como mordente ácido muriático, prolongaba la casi acabada vida con la colocación de un parcho. En forma ambulante teníamos los buhoneros de la época: El lechero en su cabalgadura con dos cántaros adosados a los costillares; el kerosenero en una desvencijada carreta tirada por un famélico burro y el repartidor de pan, víctima de nuestras travesuras en diciembre cuando le robábamos la mercancía que confiadamente dejaba a las puertas de sus clientes. En el ramo de la pequeña industria estaban las areperas, los molinos de maíz, y las pulidoras, damas que con una bolsita llena de piedra pómez se dedicaban con ahínco a pulir muebles. A la salida del cine encontrábamos al manisero con sus cucuruchos de tostado y caliente maní y al huevero cuya mercancía eran huevos sancochados los cuales vendía a medio (un cuarto de bolívar) ofreciendo como aderezo sal y pimienta. Ya están en desuso las taquígrafas, las mecanógrafas y los telegrafistas. Tampoco están los prácticos, cuya ayuda era necesaria para cruzar los ríos que cuando crecían y ante la ausencia de puentes impedían el paso por nuestras terribles carreteras. Para finalizar me llega el recuerdo del orgullo que era para cualquier familia colocar a la puerta de la casa una placa metálica en la cual se leía: FULANO DE TAL-BACHILLER. Por supuesto, al igual que hoy, el bachiller era aquel que había finalizado su educación secundaria. Aplicaba inyecciones y si era hábil, escribía cartas y hasta capaba perros. Esta especie de paramédico, junto a la comadrona que ayudaba a las parturientas, resolvían casi todos los problemas sanitarios menores. Cuando el asunto se tornaba difícil era en consecuencia necesaria la visita a domicilio del médico, cosa hoy también que tampoco se estila y al cual se le recibía con admiración. Al entrar a nuestros hogares su presencia imponía y merecía respeto. Previa a la consulta hacía uso del aguamanil preparado por nuestras madres en la cual lavaba sus manos y las secaba con un paño que se mantenía guardado solo para esas ocasiones, procediendo luego a la consulta, en gran cantidad de oportunidades con un diagnóstico acertado, solo valiéndose de un estetoscopio, un termómetro y leves golpecitos en la humanidad del enfermo. A veces no se le pagaba con dinero o se pedía un “fiao” pero siempre se le compensaba con una gorda gallina, unos aguacates o cualquier delicia gastronómica que llenaría de gozo al doctor Robinsón Quintero, hoy vecino de Turmero, cantante, escritor y ameno conversador. Y con esto, finalizo mis evocaciones.



José Hermoso Sierra