Un nuevo ritmo: Reggaeton
Cínico es que dice la verdad en voz alta (anónimo)
Desde hace varios años he mantenido una posición relacionada con la forma en la cual ha evolucionado el menor pero fundamental componente de la sociedad: La familia. Es probable que “mentes” más avanzadas que la mía me acusen de fascista, autoritario o en la menos ofensiva de las acusaciones me tilden de machista. Expondré lo que creo:
Las sociedades –sin excepción – se desarrollan en una forma representable con una curva cuyo inicio está en lo primitivo, ascendiendo a un ritmo dependiente de factores diversos que al llegar a un nivel no determinado equivalente a su cenit, comienza una inevitable caída. Siempre el ascenso es duro y requiere el esfuerzo de todos los ciudadanos, muchas veces guiados por un dirigente u obligados por factores no previstos y generalmente adversos que les inducen a tomar posiciones de defensa, aclarando que el término no lleva necesariamente implícito un acto de guerra.
En una ocasión tuve oportunidad de comentar entre conocidos la actitud que tomó el cocinero Vatel cuando su imprevisión le impidió cumplir compromisos culinarios. Simplemente se suicidó, aprisionando la hoja de su espada en una puerta del palacio de Chantilly para acabar con su vida clavándose en la inmovilizada arma. Las risas de la mayoría de los oyentes demostraban el concepto que tenían del honor; de la palabra empeñada; del cumplimiento del deber.
¿Por qué esa actitud de Vatel? No hay otra explicación que atribuirlo a la existencia de rígidos principios morales colectivos, impuestos no por la fuerza sino por la educación o la razón. En mi niñez la mayor parte de los venezolanos vivíamos en un estado que hoy se clasificaría como de pobreza. En el barrio donde nací el único automóvil era el del señor Ollarves, un vecino que trabajaba como chofer en la policía y traía la “radiopatrulla” para lavarla en el frente de su casa. Una de las escasas neveras era la nuestra. Nos la había regalado mi padrino Efraín Cayama. Nadie de la vecindad vivía alquilado. Las casitas eran sencillas pero no por ello incómodas. Su equipamiento era, utilizando términos actuales, minimalista. El objetivo de toda familia era criar decentemente a los hijos. Lograr para ellos la mejor educación. Tener un techo propio y aunque se carecían de leyes sociales que garantizaran pensiones de vejez, no se temía al asunto porque con contadas y deshonrosas excepciones, los hijos cuidarían de sus padres cuando estos se tornaran improductivos. Era común que si fallecía el padre, los hijos mayores abandonaban los estudios para mantener la familia y educar a los hermanos menores, lográndose en tal sentido muchos graduados universitarios. Nuestros padres, aún en el caso de que sus comportamientos estuviesen reñidos con algunos principios morales, aconsejaban “portarse bien”, dando énfasis a la honestidad, la caridad y todos aquellos preceptos, comunes a muchas religiones.
Las prioridades eran pocas y prácticamente nadie se ocupaba de elegir marcas a no ser para equipos domésticos cigarrillos o automóviles. Las madres permanecían en sus hogares, educando y atendiendo a sus hijos. No había la necesidad del segundo vehículo ni las varias docenas de vestidos. Creo que ni lo soñaban porque en realidad no lo necesitaban. ¿Para ir a donde el carro y a quien luciría las docenas de trapos? Un par de prendas la adornaban y su prioridad era una sola: La familia. Las diversiones para los niños eran escasas y el domingo giraba en torno al cine. Todas las películas, sin excepción, tenían un mensaje: Triunfaba el bien. Ganaba el débil. El bandido siempre resultaba apaleado. Hasta en los peliculones dramáticos salía airoso el que tenía la razón.
No deseo, con lo expuesto en el párrafo anterior oponerme al progreso económico de la familia. No comparto la teoría de “pobre pero honrado”. Se puede ser rico honrado o pobre delincuente. No considero que la pobreza sea dignidad ni indignidad. Es simplemente una posición económica. El problema está en que para alcanzar una determinada posición económica, padre y madre se convierten en “máquinas de fabricar billetes”, en poca o mucha cantidad pero con ese único propósito. La conversión no siempre tiene como estímulo el sostén de la familia. Va más allá. Le permitirá viajes recreativos, cambiar el modesto carrito por “una nave”, beber exquisitos licores con 18 o más años de añejamiento y lucir cuanto guirindajo aporte constancia de status o actualidad. Y repito. Nada de eso es malo. Debe ser muy agradable cenar en el Maxims de París. Con gusto cambiaría mi carrito por un Mercedes y los tabacos que hace Miguel por un aromático Cohiba y el Casio por un Vacherón. ¿Pero que hubiese llevado esto implícito? ¿Qué mi esposa trabajara? Tal vez hubiésemos podido evolucionar y darnos los pocos lujos que hemos anhelado y que muy pocos, para no escribir ninguno, pudimos disfrutar. Pero ¿Quién hubiese educado a nuestros seis hijos? ¿La guardería? ¿Cuáles son los principios morales que se imparten en las guarderías? Se les enseña inglés, computación, karate y en las muy costosas, natación y tenis pero ¿Moral? Eso no está en el pensum. Eso le corresponde a la familia. No faltará quien culpe de esta situación a los medios de comunicación social pero la decadencia de una sociedad no está en ellos. Ni en Roma o Grecia existían plantas de televisión y se derrumbaron en relativo corto período.
Hoy tuve la oportunidad de escuchar una cosa que denominan “reggaeton”. Caminando por las calles de cualquier ciudad o montado en un autobusete es común oír el monótono ritmo. Pero no es el aspecto musical el problema. También carecían de calidad musical otros ritmos que hicieron la delicia de viejos y jóvenes. Ni los antiguos merengues de Damirón ni los modernos de Wilfrido merecerían la atención de algún académico de la música. No obstante, sirvieron para divertir, amenizar, drenar energías y celebrar algún acontecimiento. No es posible imaginar la celebración de un cumpleaños con música de Wargner como fondo musical. Pero el reggaetón tiene un innegable mensaje; muy explícito; nada subliminal; directo al grano para inducir al delito o romper los paradigmas morales. En algunos de esos reggaetones se estimula el consumo de droga, la promiscuidad y el quebrantamiento de la Ley. Tal vez no lo sean todos pero aparentemente si los de mayor éxito. Y que decir de los juegos de video. La mayoría son de violencia o guerra pero esto forma parte de la naturaleza humana. Siempre el niño jugó a la guerra porque ser guerrero es sinónimo de ser hombre. Corresponde a este la defensa de la familia y de los valores que privan su ser. Admiramos a los caballeros medievales, a los vaqueros y a los soldados gringos que mataban soldados japoneses o nazis por centenares. Pedíamos como regalo del Niño Jesús - que regalo – un par de pistolas para salir después de hacer las tareas escolares a jugar vaqueros. Pero esto no es lo que está de moda en los videos. La moda es un juego donde un negro es el héroe. No es un catire. Hay que criminalizar a los negros, a los chinos y ahora, poniéndose de moda, a los árabes. Porque este negro no es un héroe tradicional, un héroe bueno. El jugador le provee del arma adecuada, pistola automática, sub ametralladora o ametralladora punto cincuenta, llegándose hasta un lanza misiles. Pero no crean que este negro es un Tio Tom armado. No defiende a nadie. Simplemente arremete. Asalta. Golpea a propietarios de vehículos para despojarlos de ellos. En fin, un portento de delincuente. Un “papá doc” cualquiera Y el niño ludópata se identifica plenamente con ese delincuente. Lo asume. Lo admira y hace todo el esfuerzo para que el “negro delincuente” cometa sus fechorías.
No nos podemos sustraer de la globalización. Esas son babiecadas sustentadas por teóricos de escritorio o guerrilleros de cafetín. Ya no podemos evitar que el matrimonio trabaje conjuntamente porque de no hacerlo, nunca podrá adquirir un techo donde habitar. Pero ocupémonos de nuestros hijos. Hagámosle ver que el contenido de esa música o ese video es contrario a todo principio moral. Los gobiernos, sin excepción, son alérgicos a las críticas contra sus actuaciones y son capaces de hacer lo necesario para evitarlo. Pero intervenir en el control de este tipo de agresión a la moral, tal vez lo consideren atentar contra la libertad de información. Ocupémonos los padres y los abuelos de formar ciudadanos con principio morales, no acomodaticios ni que justifiquen el que los violadores de la moral de ayer son niños de pecho comparados con los violadores de hoy. ¡NO! Ambos son violadores.. La moral y la deshonestidad no admite términos medios. Es como el aseo. No se puede estar medio limpio o medio sucio. Pero como es de humanos pecar y muchos tenemos abundancia de ellos, algunos realmente horrendos, sería muy bueno el intento para tratar de ser mejores, manteniendo esa línea ascendente con un sostenido esfuerzo para no caer en lo que si, inevitablemente hasta ahora, ha ocurrido con las sociedades o civilizaciones: La decadencia. Algunos humanos han llegado a la excelencia pero son las excepciones. Mientras mayor cantidad se esfuerce en lograrlo más tardío será la decadencia de la sociedad. Esforcémonos por tener una familia sana dentro de lo que nuestras fuerzas permitan. No compensemos nuestra falta de atención hacia los hijos con juguetes, artefactos, motos. Estos llegan a la saturación inútil. Los valores positivos nunca sobran ni terminan de llenar el cántaro.
José Hermoso Sierra
jhermoso@cantv.net
Desde hace varios años he mantenido una posición relacionada con la forma en la cual ha evolucionado el menor pero fundamental componente de la sociedad: La familia. Es probable que “mentes” más avanzadas que la mía me acusen de fascista, autoritario o en la menos ofensiva de las acusaciones me tilden de machista. Expondré lo que creo:
Las sociedades –sin excepción – se desarrollan en una forma representable con una curva cuyo inicio está en lo primitivo, ascendiendo a un ritmo dependiente de factores diversos que al llegar a un nivel no determinado equivalente a su cenit, comienza una inevitable caída. Siempre el ascenso es duro y requiere el esfuerzo de todos los ciudadanos, muchas veces guiados por un dirigente u obligados por factores no previstos y generalmente adversos que les inducen a tomar posiciones de defensa, aclarando que el término no lleva necesariamente implícito un acto de guerra.
En una ocasión tuve oportunidad de comentar entre conocidos la actitud que tomó el cocinero Vatel cuando su imprevisión le impidió cumplir compromisos culinarios. Simplemente se suicidó, aprisionando la hoja de su espada en una puerta del palacio de Chantilly para acabar con su vida clavándose en la inmovilizada arma. Las risas de la mayoría de los oyentes demostraban el concepto que tenían del honor; de la palabra empeñada; del cumplimiento del deber.
¿Por qué esa actitud de Vatel? No hay otra explicación que atribuirlo a la existencia de rígidos principios morales colectivos, impuestos no por la fuerza sino por la educación o la razón. En mi niñez la mayor parte de los venezolanos vivíamos en un estado que hoy se clasificaría como de pobreza. En el barrio donde nací el único automóvil era el del señor Ollarves, un vecino que trabajaba como chofer en la policía y traía la “radiopatrulla” para lavarla en el frente de su casa. Una de las escasas neveras era la nuestra. Nos la había regalado mi padrino Efraín Cayama. Nadie de la vecindad vivía alquilado. Las casitas eran sencillas pero no por ello incómodas. Su equipamiento era, utilizando términos actuales, minimalista. El objetivo de toda familia era criar decentemente a los hijos. Lograr para ellos la mejor educación. Tener un techo propio y aunque se carecían de leyes sociales que garantizaran pensiones de vejez, no se temía al asunto porque con contadas y deshonrosas excepciones, los hijos cuidarían de sus padres cuando estos se tornaran improductivos. Era común que si fallecía el padre, los hijos mayores abandonaban los estudios para mantener la familia y educar a los hermanos menores, lográndose en tal sentido muchos graduados universitarios. Nuestros padres, aún en el caso de que sus comportamientos estuviesen reñidos con algunos principios morales, aconsejaban “portarse bien”, dando énfasis a la honestidad, la caridad y todos aquellos preceptos, comunes a muchas religiones.
Las prioridades eran pocas y prácticamente nadie se ocupaba de elegir marcas a no ser para equipos domésticos cigarrillos o automóviles. Las madres permanecían en sus hogares, educando y atendiendo a sus hijos. No había la necesidad del segundo vehículo ni las varias docenas de vestidos. Creo que ni lo soñaban porque en realidad no lo necesitaban. ¿Para ir a donde el carro y a quien luciría las docenas de trapos? Un par de prendas la adornaban y su prioridad era una sola: La familia. Las diversiones para los niños eran escasas y el domingo giraba en torno al cine. Todas las películas, sin excepción, tenían un mensaje: Triunfaba el bien. Ganaba el débil. El bandido siempre resultaba apaleado. Hasta en los peliculones dramáticos salía airoso el que tenía la razón.
No deseo, con lo expuesto en el párrafo anterior oponerme al progreso económico de la familia. No comparto la teoría de “pobre pero honrado”. Se puede ser rico honrado o pobre delincuente. No considero que la pobreza sea dignidad ni indignidad. Es simplemente una posición económica. El problema está en que para alcanzar una determinada posición económica, padre y madre se convierten en “máquinas de fabricar billetes”, en poca o mucha cantidad pero con ese único propósito. La conversión no siempre tiene como estímulo el sostén de la familia. Va más allá. Le permitirá viajes recreativos, cambiar el modesto carrito por “una nave”, beber exquisitos licores con 18 o más años de añejamiento y lucir cuanto guirindajo aporte constancia de status o actualidad. Y repito. Nada de eso es malo. Debe ser muy agradable cenar en el Maxims de París. Con gusto cambiaría mi carrito por un Mercedes y los tabacos que hace Miguel por un aromático Cohiba y el Casio por un Vacherón. ¿Pero que hubiese llevado esto implícito? ¿Qué mi esposa trabajara? Tal vez hubiésemos podido evolucionar y darnos los pocos lujos que hemos anhelado y que muy pocos, para no escribir ninguno, pudimos disfrutar. Pero ¿Quién hubiese educado a nuestros seis hijos? ¿La guardería? ¿Cuáles son los principios morales que se imparten en las guarderías? Se les enseña inglés, computación, karate y en las muy costosas, natación y tenis pero ¿Moral? Eso no está en el pensum. Eso le corresponde a la familia. No faltará quien culpe de esta situación a los medios de comunicación social pero la decadencia de una sociedad no está en ellos. Ni en Roma o Grecia existían plantas de televisión y se derrumbaron en relativo corto período.
Hoy tuve la oportunidad de escuchar una cosa que denominan “reggaeton”. Caminando por las calles de cualquier ciudad o montado en un autobusete es común oír el monótono ritmo. Pero no es el aspecto musical el problema. También carecían de calidad musical otros ritmos que hicieron la delicia de viejos y jóvenes. Ni los antiguos merengues de Damirón ni los modernos de Wilfrido merecerían la atención de algún académico de la música. No obstante, sirvieron para divertir, amenizar, drenar energías y celebrar algún acontecimiento. No es posible imaginar la celebración de un cumpleaños con música de Wargner como fondo musical. Pero el reggaetón tiene un innegable mensaje; muy explícito; nada subliminal; directo al grano para inducir al delito o romper los paradigmas morales. En algunos de esos reggaetones se estimula el consumo de droga, la promiscuidad y el quebrantamiento de la Ley. Tal vez no lo sean todos pero aparentemente si los de mayor éxito. Y que decir de los juegos de video. La mayoría son de violencia o guerra pero esto forma parte de la naturaleza humana. Siempre el niño jugó a la guerra porque ser guerrero es sinónimo de ser hombre. Corresponde a este la defensa de la familia y de los valores que privan su ser. Admiramos a los caballeros medievales, a los vaqueros y a los soldados gringos que mataban soldados japoneses o nazis por centenares. Pedíamos como regalo del Niño Jesús - que regalo – un par de pistolas para salir después de hacer las tareas escolares a jugar vaqueros. Pero esto no es lo que está de moda en los videos. La moda es un juego donde un negro es el héroe. No es un catire. Hay que criminalizar a los negros, a los chinos y ahora, poniéndose de moda, a los árabes. Porque este negro no es un héroe tradicional, un héroe bueno. El jugador le provee del arma adecuada, pistola automática, sub ametralladora o ametralladora punto cincuenta, llegándose hasta un lanza misiles. Pero no crean que este negro es un Tio Tom armado. No defiende a nadie. Simplemente arremete. Asalta. Golpea a propietarios de vehículos para despojarlos de ellos. En fin, un portento de delincuente. Un “papá doc” cualquiera Y el niño ludópata se identifica plenamente con ese delincuente. Lo asume. Lo admira y hace todo el esfuerzo para que el “negro delincuente” cometa sus fechorías.
No nos podemos sustraer de la globalización. Esas son babiecadas sustentadas por teóricos de escritorio o guerrilleros de cafetín. Ya no podemos evitar que el matrimonio trabaje conjuntamente porque de no hacerlo, nunca podrá adquirir un techo donde habitar. Pero ocupémonos de nuestros hijos. Hagámosle ver que el contenido de esa música o ese video es contrario a todo principio moral. Los gobiernos, sin excepción, son alérgicos a las críticas contra sus actuaciones y son capaces de hacer lo necesario para evitarlo. Pero intervenir en el control de este tipo de agresión a la moral, tal vez lo consideren atentar contra la libertad de información. Ocupémonos los padres y los abuelos de formar ciudadanos con principio morales, no acomodaticios ni que justifiquen el que los violadores de la moral de ayer son niños de pecho comparados con los violadores de hoy. ¡NO! Ambos son violadores.. La moral y la deshonestidad no admite términos medios. Es como el aseo. No se puede estar medio limpio o medio sucio. Pero como es de humanos pecar y muchos tenemos abundancia de ellos, algunos realmente horrendos, sería muy bueno el intento para tratar de ser mejores, manteniendo esa línea ascendente con un sostenido esfuerzo para no caer en lo que si, inevitablemente hasta ahora, ha ocurrido con las sociedades o civilizaciones: La decadencia. Algunos humanos han llegado a la excelencia pero son las excepciones. Mientras mayor cantidad se esfuerce en lograrlo más tardío será la decadencia de la sociedad. Esforcémonos por tener una familia sana dentro de lo que nuestras fuerzas permitan. No compensemos nuestra falta de atención hacia los hijos con juguetes, artefactos, motos. Estos llegan a la saturación inútil. Los valores positivos nunca sobran ni terminan de llenar el cántaro.
José Hermoso Sierra
jhermoso@cantv.net